8 de mayo de 2025. Una fecha que quedará escrita en los márgenes invisibles de la historia sagrada.
Ese día, a las 18:08, una columna de humo blanco se elevó tímidamente desde la chimenea de la Capilla Sixtina, atravesando los siglos de historia del Vaticano para tocar los corazones de millones en el mundo. Y allí, como un testigo más entre la multitud, con mis ojos húmedos y mi corazón estremecido, comprendí una vez más por qué el ser humano necesita los símbolos.
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| Felix Morales Espinoza |
Como antropólogo, he dedicado mi vida al estudio de las culturas, de sus rituales y representaciones. Pero hay momentos en que la ciencia debe hacer silencio, y dejar hablar al alma. Porque lo que vimos ese día no fue solo una señal física. Fue un acto litúrgico, un lenguaje espiritual, un gesto que encarna el anhelo más profundo de la humanidad: volver a creer.
En un mundo herido por la polarización, el ruido y el materialismo, el simple humo blanco fue una pausa sagrada. Una especie de susurro del Espíritu, una invitación a levantar la mirada. Personas de todos los continentes, credos y orígenes detuvieron su rutina para observar ese instante sagrado. Fue como si todos recordáramos, por un segundo, que hay algo más allá de lo inmediato.
Aún sin saber quién había sido elegido, ya sabíamos que algo había cambiado. La Iglesia, como madre milenaria, había hablado a través de sus cardenales. Y nosotros, como hijos peregrinos, recibimos esa señal con esperanza.
Como académico y como creyente, solo puedo decir que el 8 de mayo no fue una ceremonia más. Fue un acto de fe colectiva, una experiencia de comunión espiritual. Y en medio de esa experiencia, reafirmé que la antropología no solo estudia al hombre: también lo abraza en sus gestos más sagrados.
Aquel humo blanco... era mucho más que una elección. Era la señal de que el alma del mundo aún respira.
Por Félix Morales Espinoza
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